Desde niña he encontrado en el pan la respuesta a todas mis dudas, el abrazo a todas mis tristezas y la compañía a todas mis celebraciones, así que cuando Señor Socio me propuso hacer una panadería no dude ni dos segundos en dejar mi trabajo de “godín” y brincar al apasionado mundo del emprendimiento.
La historia de cómo Panitier llegó a tener un local está llena de otras tragicomedias, pero esta será para contar cómo a veces en la recesión se encuentran las mejores ideas.
Después de un local fallido (otro día les platicaré eso) y meses donde parecía que no existía un solo local en renta en la ciudad encontramos nuestro rinconcito. Era el momento de llamarle al arquitecto, de poner todas las ideas en marcha y ver ante mis ojos como mi sueño se estaba materializando.
Muchas cosas no habían sido como yo esperaba en el proceso, desde diseñar la marca, tuberías sin presión de agua, colores que no autorizaste sobre la barra; pero de pronto ahí estaba, sin poder dormir porque al siguiente día tenía un trabajo, uno que yo me había creado: me iba a poner mi uniforme, e iría a prender mi horno, muchas personas iban a ir (según la imagen de mi cabeza) y todos, todos iban a amar mi pan.
Llegue a mi panadería ese primer día y nada, pero absolutamente nada salió ni cerca de lo que pensé, abrí mucho más tarde de lo que debía, me sentía en mi cocina como el primer día en una casa nueva, donde sabes donde está todo, pero igual no entiendes nada, y cada que alguien pasaba y volteaba a vernos yo no sabía si quería sonreírle o quería que me tragara la tierra; tuvimos un solo cliente desconocido y sobreviví a ese día gracias a mis amigos y familia.
Con más nervios que el día anterior pero con más agallas llegué al siguente dia (Sábado) a abrir mi panadería, ese día nuestro primer cliente de la historia regresó por más pan, y hasta llevó a alguien a probarnos, y pensé por solo ese acto que tendríamos futuro, igual mi corazoncito decidió bloquear que durante 4 horas seguidas de ese día nadie entró, es más, ni si quiera voltearon; pero no me importaba porque yo le había vendido dos roles de canela a la misma persona, y ese día en la noche habría una pequeña fiesta para celebrar la apertura.
En el mundo real, el COVID estaba atacando horriblemente en Italia, China seguía en crisis y Estados Unidos iniciaba su contingencia sanitaria, pero una parte de mi (la parte infantil e ilusa que vio muchas peliculas tipo Armagedon de niña) pensó que obviamente Estados Unidos haría algo antes de que nos llegara a nosotros, en CDMX algunos casos habían sido confirmados, pero en el interior del país solo eran casos aislados. Y entonces, cuatro horas antes de nuestra gran fiesta de apertura el Gobernador de Jalisco declaró que los primeros dos casos en el estado habían sido confirmados: entré en SHOCK.
Decidimos no cancelar nada, pues era una fiesta pequeña, y ningún invitado había salido de viaje, en ese momento todos los contagiados habían viajado y pues nadie sabiamos ni entendíamos realmente nada del virus, sin saberlo, esa noche fue la última en que vimos a tantas personas queridas en un solo lugar y sin cubrebocas de por medio.
Mientras la celebración transcurría todos hablaban del virus y el señor socio y yo teníamos que dejar de sonreirnos mutuamente con incomodidad y tener que hablar del tema ¿Y ahora, qué vamos a hacer?
Al día siguiente, pasamos por todos nuestros lugares favoritos y la mayoría estaban solos (cosa muy poco común para un domingo en la mañana), y entonces yo abrí la boca y señor socio asintió “tenemos que cerrar”.
Tal vez no sabíamos mucho de esta nueva aventura, ninguno de los dos habíamos tenido una panadería antes, pero no era rocket science entender que si a los lugares favoritos de la ciudad esto les pegaría, teníamos dos opciones: a) gastar lo que nos quedaba asumiendo el riesgo de mermar todo y además enfermar, o b) gastar lo que nos quedaba cubriendo los gastos fijos mínimos y esperar el momento para volver. Con todo el dolor decidimos la b.
Fuimos afortunados de poder tomar esta decisión y poder comer, y tener un techo, soy la persona más afortunada con el mejor señor socio del mundo.
Las primeras semanas, mi mente solo estaba preocupada pensando en mi familia, en que mamá no enfermara, en que mis seres queridos no se contagiaran, viendo con tristeza y miedo la situación mundial. Ver desde mi balcón que el café de enfrente de esos de toda la vida, había cerrado sus puertas, ver a amigos del gremio tratando de resistir, sacando promociones, llevando a domicilio en sus propios autos, haciendo todo para no recortar plantilla, haciendo lo que sea para no cerrar, con el corazón apachurrado pensé que yo jamás iba a abrir, que mi aventura había durado dos días de show y pues bueno, cuáles eran las probabilidades de que una pandemia azotara el mundo al tiempo que decides emprender? Tal vez simplemente esto no estaba escrito para mí. Cont…